Cecilia y Florencia viven en Agustoni. No tienen trabajo, sus maridos lo perdieron, y las changas que ellos hacen cada vez son menos.

En medio de un Pilar semi vacío por el paro nacional, en el corazón del distrito, la Plaza 12 de Octubre, ambas revisan grandes bolsas de basura color negras que un empleado de una casa de comidas acaba de sacar a la calle.

Allí, entre huevos rotos, pan de miga y restos de tortas encontrarán algo que les sirva para improvisar una merienda o un desayuno para sus hijos. Por las noches, los niños concurren a un comedor comunitario.

"La plata no alcanza, a veces no tenemos para comer", señalaron a Pilar de Todos, mientras rescataban lo que pudiera servir para alimentar a sus familias. "Vamos a parrillas, o almacenes, pero no nos quieren dar", añadieron.

Lo que encuentran, lo van poniendo en una caja: Restos de facturas, un pote de dulce de leche con algún resto en su interior, y pedazos de tortas y sandwiches es lo que hoy llevarán a sus mesas.

Tímidas y visiblemente angustiadas se animan de a poco a contar un poco sus historias. Una de ellas cobra una pensión por discapacidad y además reciben la Asignación Universal por Hijo. Sus niños, de entre 8 y 10 años, están escolarizados.

"En la escuela al menos los chicos comen una vez por día, aunque estuvo cerrada mucho tiempo porque hubo un escape de gas", cuentan las mujeres a Pilar de Todos.

El hambre no es nuevo, no nació en los últimos tiempos. Pero Florencia y Cecilia coinciden en señalar que en los últimos meses la situación se agravó.

"Mi realidad es esta: si yo no salgo mi hijo no come, y duele. Porque mi hijo no tiene que comer de la basura. Por más que salgo y busco trabajo, no me lo dan. O por los estudios, la condición, la vestimenta... siempre es un no", dice entre lágrimas Florencia, llena de angustia, quien minutos después, junto a Cecilia, emprenderá a pie el camino de vuelta a Agustoni, donde sus hijos las esperan.

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