El Tribunal en lo Criminal N°1 de San Isidro condenó a un hombre a siete años de prisión por haber golpeado brutalmente a su expareja contra la que además, ejerció violencia de género durante gran parte de la relación.
El hecho por el que condenaron a Adrián Alexis Ramírez, ocurrió en el mes de diciembre de 2020 en una vivienda de la localidad de Presidente Derqui, lugar que el acusado compartía con la víctima y el hijo de ambos de un año y medio.
Según la sentencia, Ramírez fue encontrado “autor penalmente responsable de los delitos de daño y lesiones graves agravadas por el vínculo y por ser cometidas en un contexto de violencia de género”.
En el expediente del caso, al que tuvo acceso Pilar de Todos, se detalló que la brutal agresión contra la víctima –de la que se preservará su identidad debido a que ha quedado muy afectada por lo vivido-, ocurrió en medio de una discusión que se originó cuando ella, cansada de los malos tratos y golpes, le informó al condenado sus intenciones de terminar la relación e irse a vivir con el pequeño niño a otro sitio “ya que temía por su vida”.
En esa discusión, Ramírez “tomó a la víctima de los pelos y la tiró al piso, y una vez en él comenzó a pegarle cachetadas en la cara, la volvió a tomar de los pelos y le propinó golpes de puño, para finalmente pegarle una patada en la boca que le produjo la pérdida de piezas dentarias (…) sufriendo la víctima lesiones de carácter graves producida en un contexto de violencia de género”.
En el hecho, la exsuegra de la víctima ingresó al escuchar la discusión –ya que vive en una casa ubicada en el mismo predio- echó a su hijo de la casa y llevó a la joven, que estaba sangrando, al Hospital para que reciba asistencia.
Durante la audiencia, la víctima detalló que los hechos violentos databan de entre 2 y 3 años y que “en todo momento, el hombre le decía que la iba a matar”. Además relató el calvario que sufrió durante la relación y cómo ahora intenta reponerse.
“Él no quería que yo tenga amigos ni que salga con ellos. Era muy celoso. Teníamos un grupo de amigos en común y a él no le gustaba que yo me junte con los amigos de él. Al principio me lo reprochaba, me trataba mal, hasta que comenzó a ser más violento. (…) Se ponía loco por celos y le pegaba a las paredes con sus puños o con la cabeza. Se lastimaba y me gritaba que todo era mi culpa, que yo lo hacía poner así. Yo me sentía mal y para que no siga con eso, le pedía perdón. Hasta me sentía culpable. Prefería no salir, no hablar con amigos, para evitar problemas", refirió la joven.
En su relato indicó que a lo largo de la relación tuvieron varias idas y vueltas y que incluso las agresiones continuaron aun cuando ella quedó embarazada.
“El embarazo que viví fue horrible. Cada vez se ponía más violento. Cuando se enojaba porque se ponía celoso por cualquier cosa, se ponía una almohada en los brazos y me pegaba en la cabeza. Lo hacía así para no dejarme marcas”, expresó.
La joven también relató que Ramírez “practicaba boxeo y Kick boxing” y que debido a ello “sabía cómo pegar” y que incluso “se envolvía una sábana en la mano para pegar sin dejar marcas”.
Frente a los constantes episodios violentos, la joven intentó varias veces salir de ese entorno. Intentó comenzar a estudiar y trabajar, pero no dejaba de recibir descalificaciones por parte de su agresor.
“Empecé a estudiar en la UBA. Yo quería progresar por mi hijo. Estuve un año estudiando, pero el segundo cuatrimestre no lo pude hacer. Él no quería cuidar al nene y me decía: ´para qué vas a estudiar si no sabes hacer nada´. Para evitar que se ponga peor, me dediqué al nene hasta que cumplió un año”, expresó.
La violencia continuó lo que provocó serias secuelas psicológicas en la víctima. “No tenía ganas de nada. Me quedaba en la cama con mi hijo. Hasta tuve ganas de querer matarme”, dijo la joven durante la audiencia.
Sobre el episodio en el que Ramírez le propinó una patada en los dientes, la joven detalló que con la agresión el hombre le sacó los dientes delanteros y desplazamientos en el resto de la dentadura. “Yo usaba brackets por lo que me provocó un dolor tremendo”, graficó.
Tras ser atacada, y acompañada por una de sus hermanas, la víctima radicó la denuncia en la Comisaría de la Mujer de Pilar.
“Estaba desfigurada, casi que no podía hablar. Estaba con mucho dolor, pero, así y todo, fue conmigo a la comisaría a hacer la denuncia, y logró contar lo que pasó muy pausado, como podía", dijo la hermana de la víctima.
Tras ello, la joven recibió contención y asesoramiento por parte de diferentes organismos estatales donde profesionales, en la audiencia, dieron cuenta que “era notorio el círculo de violencia en el que la joven estaba inmersa".
“No podía salir de esa situación, porque contaba de manera económica con la ayuda de él y cuando consiguió trabajo decidió salir de esa relación y ahí fue el desencadenante", completaron.
En los fundamentos de la sentencia, el Juez Alberto Ortolani, resaltó que la víctima refirió que “pensó que se iba a morir, que si no había intervención de la suegra (Ramírez) la iba a matar, siendo habitual que el imputado la agrediera verbal y físicamente”.
También resaltó sobre el imputado “el hecho de que el mismo hacía boxeo y practicaba Kick boxing, lo que le proporcionó un conocimiento previo para saber de qué modo pegar para no dejar marcas en la víctima, evitando de este modo que el prolongado sufrimiento de la misma se hiciera desde este enfoque visible a los ojos de terceros”.
Y agregó “la extensión del daño causado”. “Se trató de un contexto de violencia tanto física como psicológica, sostenida en el tiempo, que aún hoy refleja sus consecuencias”.
“Por un lado, la víctima experimentó la pérdida de varias piezas dentarias, y a la fecha, producto de lo costoso del tratamiento, no ha podido siquiera colocarse implantes, lo que le causa vergüenza hasta para exhibir su rostro sin barbijo. Por otra parte, la afectación psicológica que le produjo lo sucedido, dado que se denota la persistencia del miedo hacia al agresor, y la imposibilidad de referirse al tema sin quebrarse o angustiarse”, resaltó Ortolani.
Y finalmente valoró “como un extremo agravante de la pena a imponer, los escollos que el imputado puso sobre la víctima, imposibilitándole en determinados momentos de su vida continuar con sus estudios y trabajar”.